martes, 15 de mayo de 2012

No tan normal

Muchas de las cosas que nos parecen normales al final no lo son tanto, y podemos darles una perspectiva novedosa si asumimos una visión totalmente diferente a la habitual. Esta vez hicimos informes en los que se describen actividades de la cotidianidad de los seres humanos como si fuéramos científicos de otro planeta.


INFORME CONFIDENCIAL SOBRE LA CONDUCTA DE LOS TERRÍCOLAS

CAPÍTULO 15 – LAS VACACIONES

Después de haber estudiado a conciencia al género humano y de haber llegado a la conclusión de que la mayoría de sus componentes no está muy bien de la cabeza, creo que, a mayor abundamiento de lo ya expuesto hasta ahora, merece un capítulo aparte la actividad que los terrícolas denominan “vacaciones de verano”.

El como los humanos pasan sus días de descanso ha variado en los últimos años. Parece ser que antes las personas en esos días se limitaban a no trabajar, iban al cine, a la piscina o a la playa si la tenían cerca, tomaban la copa con los amigos y hablaban y reían hasta altas horas de la mañana porque al día siguiente no había que madrugar.

Ahora han inventado distintas modalidades de pasar las vacaciones; las más corrientes son ir a la playa o a la montaña, siempre que éstas no formen parte del entorno cotidiano, porque la creencia común es que hay que irse a un lugar diferente de aquel en el que se habita para pasarlo bien. Así se da el caso de familias que viven en lugares estupendos y además tienen su domicilio habitual equipado con aire acondicionado, sofás reclinables, electrodomésticos de última generación, algunos incluso jardín y piscina, comodidades todas ellas que durante el resto del año no tienen tiempo de disfrutar y que en verano abandonan para marcharse a un apartamento incómodo, pequeño y caluroso. Si se les pregunta la razón de tan extraño comportamiento, dirán que hay que cambiar de ambiente, romper con la rutina, pero si analizamos su conducta, observamos que el ser humano es de por si rutinario y hará siempre las mismas cosas aunque esté de vacaciones.

Para ilustrar tal aseveración, pondré como ejemplo al matrimonio García Martínez, que se ha marchado quince días a una localidad del litoral español, con sus dos hijos de corta edad. Han alquilado un apartamento cerca de la playa para poder ir andando, total trescientos metros, pero es tal la cantidad de objetos que tienen que acarrear a diario que decidieron que el coche estaba para algo. Así pues, cada mañana van a la playa en coche y mientras el padre se baja con la sombrilla, las sillas, el bolso nevera y los dos niños, la madre da vueltas y mas vueltas hasta que encuentra un sitio donde estacionar el vehículo; cuando por fin lo consigue, saca una bolsa con las toallas y la crema solar y otra con los juguetes y se encamina al lugar donde más o menos deben estar los suyos. Invariablemente, cuando llega lo primero que dice es que para dejar el coche tan lejos no merecía la pena haberlo llevado hasta allí, a lo que su marido le contesta, también invariablemente, que si no se empeñara en llevar la casa a cuestas y se conformara con una toalla para cada uno, no habría problema. La discusión suele durar un par de minutos y después se relajan y se ponen mano sobre mano mirando al mar, pero no solamente ellos sino toda la gente que está en la playa. Es muy difícil saber qué miran exactamente; yo el primer día pensé que estaban esperando que pasase algo. Y así todas las mañanas.

Las tardes son otra cosa, pero también todas iguales. Después de la comida y la siesta, salen a dar una vuelta por el paseo marítimo; todos los días el mismo recorrido en el que el matrimonio García Martínez luce indumentaria. Llama la atención que los hombres, sea cual sea su edad, cuando están de vacaciones se visten de niño, vuelven al pantalón por la rodilla, las camisetas de colores chillones, la gorra de visera y las chanclas de goma; las mujeres llevan unas batas horrorosas compradas en el mercadillo local, los únicos que van normales son los niños.

Hay también quien aborrece la playa y se va a los pueblos del interior, a hacer como ellos dicen “turismo rural”. Esta modalidad de descanso, cada día más en auge, es para los urbanitas que creen que el campo, la naturaleza en general, es lo que ellos ven desde la casa que han alquilado, un trozo de tierra verde, a poder ser sin moscas, tábanos ni olor a estiércol. Las ventajas fundamentales de esta opción de veraneo es que si la casa está lo suficientemente apartada, el móvil no tendrá cobertura y las vacaciones serán un poco más auténticas, y además los niños podrán saber por fin como son las ovejas. Volverán todos a su casa diciendo que qué bien, que han dormido con manta y que los huevos y los tomates eran mucho mejores, ¡donde va a parar!, pero no contarán que a la semana ya estaban hartos de subir y bajar cuestas y que el agua del río estaba demasiado fría.

En esto consiste, a grandes rasgos, el periodo de veraneo de una gran parte de los terrícolas civilizados. Protestarán durante esos días unos por el calor, los mosquitos, el ruido de las discotecas, otros por la lluvia, las malas carreteras, la asistencia médica, pero sea cual fuere la opción elegida para pasar las vacaciones, la sensación que tendrán cuando vuelvan a casa será de desencanto por tener que volver al trabajo y para consolarse empezarán a pensar en el verano siguiente y a buscar un lugar maravilloso. Deben creer que existen los lugares perfectos.

En mi opinión, el problema fundamental es que el hombre moderno es inmaduro, se aburre y no sabe lo que quiere, por lo que me reafirmo en lo que ya he dicho en capítulos anteriores:

NO VEO EN ABSOLUTO CONVENIENTE QUE NUESTRO PLANETA ENTRE EN CONTACTO CON LOS HABITANTES DE LA TIERRA.

Milagros González


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