Si te gustan los seres que dan miedo, seguramente esta entrada, plagada de personajes malvados, te va a encantar.
Asesino genial
Como todos los días, desde hace quince años, estoy en el café. Salgo del trabajo y aquí vengo a las siete de la mañana, siempre a la misma mesa. No necesito hablar, los camareros ya saben lo que tomo y no cruzamos palabra. Me interesa que me crean una persona metódica e inofensiva. ¡Pobres diablos! Se toman la libertad de sentir simpatía por mí, sin saber que soy la personificación del mal, que mato por placer y nunca he sentido ni un atisbo de piedad ni remordimiento.
Siempre he trabajado en turnos de noche, cuando se tiene esta ocupación hay que buscar oficios legales que te ayuden a encubrir tus crímenes. Es preciso que los cadáveres se esfumen sin dejar rastro, que se hable únicamente de gente desaparecida. He tenido la precaución de ir cambiando de oficio antes de levantar sospechas; he sido enterrador, pocero, operario de cementera, de fundición, de horno de cal, de planta incineradora de residuos. También estuve en un crematorio de mascotas donde cualquiera podía llevarse las cenizas de su pastor alemán junto con las de un brazo de mi última víctima.
Un día tuve conciencia de que era un genio, un genio malvado, pero genio al fin y al cabo, y era una pena que tanta perfección no saliese a la luz. Me puse a escribir mis hazañas y descubrí que había un placer superior al de matar: describir con palabras el proceso, desde que se elige a la víctima, por supuesto al azar, hasta que se le impone una muerte horrenda; lo más difícil de retratar es el espanto en los ojos, pero merece la pena porque ser capaz de reflejar sobre el papel cada pormenor es volver a vivirlo todo. Y así llevo los últimos quince años sentándome en la misma mesa del café y escribiendo sin parar, detallando mis más de cincuenta asesinatos.
Pero he llegado al fin. Me queda poco tiempo aquí, lo que no quiere decir que deje de hacer daño. Creo que será más fácil desde el otro mundo, sin el lastre de este cuerpo que tanto empieza a pesarme y además tengo méritos suficientes como para que a mi muerte las fuerzas del mal vengan a recibirme con honores. Ya tengo pensado como será. Hoy haré como que se me olvidan unas cuantas páginas sobre la mesa del café, y el grafólogo que se sienta cerca de mí y que me mira con tanta curiosidad será el primero en dar la voz de alarma. Me buscarán, unos para castigarme, otros para tratar de entender mis motivos. Pero cuando lleguen a mi domicilio yo ya me habré tomado las pastillas que guardo desde hace tiempo y estaré muerto. A mi lado encontrarán un manuscrito de más de quinientas páginas numeradas, el mejor relato de terror de todos los tiempos.
Milagros González
La justicia
Para cuando lean esto, que no pretende ser ni una carta ni una declaración, ya me habré ido; mi cuerpo seguirá aquí y es lo que hallarán pero ya me habré marchado, tranquilamente, sin prisa y, según tu criterio, tan cobardemente como siempre me moví por esta mierda de mundo que nos tocó vivir.
Hace tiempo que no me sentía tan real, tan consciente de lo que estaba haciendo. Para cuando el espectáculo de luces, de coches de policía y ambulancias haya comenzado, cuando el sinfín de vecinas histéricas que no acertarán a explicar a los medios el por qué (la cuestión es por qué iban a saberlo, si nos hemos encargado todos de vivir en celdas incomunicadas de 60 metros cuadrados); para cuando venga esa horda de extraños familiares, digo, yo seré un espectador más de la función de tristeza y soledad que dejaré.
¿Vendrá la televisión? Sí, claro, las cámaras se apostarán afuera husmeando por dónde entrometerse en nuestro pasado, en cómo quedará el futuro del “entorno”. ¿A quién le importa en realidad? ¡Claro que vendrán!, y mientras las cámaras olfatean las debilidades humanas, el resto de periodistas harán turnos deseando que sea en el suyo en el que aparezca mi cuerpo bajo una manta, camino del forense, y así poder hacer la foto de rigor y mandarla a redacción… y esperando el de la coprotagonista, por supuesto. No te preocupes…
No eres más que la coprotagonista, aún después de muerta, sigues siendo acompañante, poco más que atrezo. Mi figura importará más, desmenuzarán mi personalidad, seré portada durante un par de días en todos los diarios, mi nombré encabezará mil debates en cada una de las mil cadenas que nos desinforman cada vez que bajamos la guardia. Puede que hasta algún investigador (¿te das cuenta que este mundo que dejamos, está lleno de expertos, abogados, políticos futbolistas y famosos?) escriba un libro de mi (perdón) de nuestro caso, sobredimensionando mi figura y poniéndola como paradigma de la sociedad sin alma que hemos creado. ¡Qué frases más vacías inventa el lenguaje!
¡Cuidado, Ana! ¡Sabes que no busco la notoriedad! ¡Que me trae al paro tanta simpleza ajena y que lo único que busco es encontrar la clave para acabar con ese sufrimiento en el que malvives (cito textualmente tus palabras)!
Te tienes por maltratada, vilipendiada, forzada, esclavizada y no sé cuántas cosas más… ¿Es cierto? ¡ES UNA MENTIRA! ERES BASURA, ERES LO ÚLTIMO DEL RESTO DE LO QUE HAY DESPUÉS DEL FINAL DE LA CADENA DE ALIMENTOS… ¿Es cierto? No creo que yo te haya hecho sentir así jamás y ni las cinco denuncias falsas que has puesto lo probarían, ni las señales físicas, porque no existen…
En cualquier caso, Ana, y con tu permiso, ¡no me mires así, por Dios! espera, te cerraré los ojos, así está mejor. Voy a beberme el café que me debo. Bueno… mmmm muy bueno…
Aún me quedan cinco minutos, no para pedirte perdón, ni para hacer temblar again tu cuerpo desconsolado por el dolor. No, ya no me interesa, no me excita la idea como tantas otras veces. Te miraré, simplemente, para llevarme tu rostro conmigo (figuradamente, claro). ¿Sabes? Lo que sí lamento es no haber tomado esta decisión antes, el café tiene un sabor riquísimo…
Los cinco minutos pasaron más rápido de lo que él esperaba, o todo lo que había aprendido en la facultad no era cierto y el efecto se ejecutaba en tres. Podría ser.
Despertó en una oscuridad absoluta. Era ligero como una pluma y empezó a intentar gritar un “hola” que ni él mismo escuchó. De pronto todo fue claridad, parecía que alguien había encendido la luz. ¡Mira, tú, quién está aquí! —pensó— y volvió a decir “hola”, un “hola” firme que esta vez tanto él como Ana oyeron perfectamente.
—¿Qué tal, amor mío? —se apresuró a decir. —Bien, relajada, tranquila, igual que tú ¿verdad? ¿Yo? Estoy estupendamente, me siento fenomenal, ¡libre! ¡Libre de ti y de mí! ¡Me he tomado el triple de la dosis que te dí a ti media hora antes y estoy deseando explorar este mundo! ¿Has visto algo?
No, te estaba esperando. Te he escrito algo. ¿Un poema de agradecimiento, como cuando éramos novios? No te tenías que haber molestado Ana. Quiero que lo leas, después volverá la oscuridad y después de nuevo la luz… ¿Tú crees que he venido a jugar? ¿Quieres que juguemos? No intentes cogerme, no somos cuerpos aquí, es imposible. Lo que he escrito flota detrás de ti.
Comenzó a leer —Querido… —y se dio la vuelta para comprobar que ella no estaba. ¡Al diablo! —pensó—. Se giró y siguió leyendo las letras de aire.
Cada vez leía más despacio, inseguro de lo que estaba leyendo. Cada dos palabras volvía a girar la cabeza, pero Ana nunca estaba. Al terminar de leer se giró con violencia —es imposible yo te… —las tinieblas volvieron, y de nuevo su voz enmudeció. Al cabo de unos segundos, la luz regresó; primero le cegó el cambió, como la vez primera, pero ya retomado el control se puso a chillar como un loco, gritando el nombre de aquella que escribió en aire…
—¿Dónde estás? —gritó desesperado…
Al lado de donde había estado leyendo, se abrió una ventana: era Ana, Ana al lado de su cuerpo, escribiendo, tal y como ella le había dicho en sus letras de aire que pasaría. Conforme Ana escribía, él lo podía leer, flotando en este otro lado:
«Lo que no recuerdas es que también te dije que la justicia era inevitable y que te encontrarías con ella de cualquier forma, por mucho que te hayas pasado tantos años ahuyentándola. La justicia sabe todos los atajos que son usados para escapar de ella. No se puede huir del destino y mi destino es vivir, y el tuyo, ya lo estás viendo, morir muriendo, igual que en vida pretendiste morir matando.
No fallaste, la dosis era la justa, pero he aprendido a conocerte tanto que cada paso que das puede precederlo mi cerebro. La dosis era justa, pero estabas tan acostumbrado a vencer que dabas por sentado que bebería todo el café que preparaste. El tiempo te ha hecho más iluso que violento.
Ahora empezará el espectáculo de ambulancias y policía, sí, y llevas razón, tú serás un espectador privilegiado. No se puede escapar del guión que uno trae escrito, pero yo intentaré reescribir aún el mío…»
La oscuridad se volvió pesada, le ahogaba… no podía gritar, o al menos no se oía. La boca le sabía a peces muertos, a café de años, a inmisericorde soledad…
Fernando Raúl Gómez