EL
CUENTO DE CAPERUCITA CONTADO POR EL LOBO
Carmen Sousa
LOBITO
Un buen día de primavera, Lobito estaba
jugando en el bosque cuando mamá loba le pidió que se acercara a la cuidad a
por un litro de leche. Lobito se cuelga su cinturón con su espada de madera y
sale corriendo, no sin que antes mamá le recomiende que no se entretenga y se
cuide de no hablar con humanos desconocidos.
Al cercarse a la cuidad se encuentra con
una niña que lleva un abrigo rojo con una capucha.
- Hola chico, ¿dónde vas?
- Hola –dijo tembloroso- a comprar un
litro de leche para mi mamá
- ¡ Qué bien!, si quieres te acompaño,
me vendría bien comprar unas “chuches”
Lobito no se asustó y dejó que la niña le
acompañara. Al cabo de un rato ella se sentó en el suelo y le dijo que siguiera
solo, que se estaba aburriendo, y le indico un camino que salía a la derecha.
Lobito, que era muy confiado, siguió la indicación de la niña.
Entonces ella empezó a correr en dirección a
la casa de los lobos, con no muy buenas intenciones. Al llegar a la casa llamó
a la puerta.
- ¿Quién es? – dijo mamá loba
- Yo, Lobito -contesto ella, tratando de
imitar la voz del animal
Mamá loba abrió y Caperucita, que era como
se llamaba la niña, entró.
Al cabo de un buen rato lobito llegó a casa
y halló la puerta abierta. Se acercó a la cama de su mamá y allí la encontró
muy tapada.
- Hola mamá, ¿te encuentras bien? ¿qué
te ha pasado en la cara? La tienes toda redonda
- Es que me comí toda la tarta de
zanahoria que hice para la abuela
- …que orejas tan pequeñas tienes
- Había demasiado ruido y como me duele
la cabeza las tengo encogidas
- …y que manos tan pequeñas…
Como un relámpago Caperucita saltó de la
cama y dijo gritándole:
- Son para cogerte mejor y llevarte
atado a mi casa para que me sirvas de mascota
En ese
preciso momento pasaban por allí unos ecologistas, que al oír los gritos de
Lobito se acercaron a la casa, regañaron severamente a la niña y le hicieron
volver a la suya. Después desataron con cuidado a Lobito y rescataron a su
madre que se estaba amordazada y encerrada en la alacena.
Concha Ríos
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