miércoles, 23 de mayo de 2012


Despertar en el infinito.

( Agustín García-Bravo)

 Cuando Sara despertó parecía que apenas había transcurrido un instante desde que cerró los ojos tras acomodarse  en la cápsula de hibernación, y sin embargo sabía que no era así.
Oprimió un pulsador y la cápsula se despresurizó poco a poco y finalmente la tapa se abrió. Sara salió al tenebroso interior de la nave, todo estaba en un inquietante silencio. Estaba desnuda pero no se sintió incómoda por ello, sabia que estaba sola. Cada nave tenia seis pilotos, pero nunca despertaban a la vez, sino de uno en uno.
Oprimió un botón en un panel de mando con el rótulo “humano a bordo” y el interior de la nave se iluminó y comenzó a sonar una melodía suave, en una especie de hilo musical.
Sara se vistió en el camarote, mientras lo hacía se observó en el espejo, sus pechos habían crecido, sus caderas también y su sexo tenía un vello oscuro que cuando embarcó con 15 años no estaba allí. Se había convertido en una mujer a la que no reconocía.
Habían transcurrido 50 años desde que comenzó el viaje y ahora había despertado con el aspecto físico de una mujer de 35. La hibernación ralentiza el envejecimiento, pero el proceso de despertar duraba unos meses en que ocurría lo contrario, se aceleraba, hasta cuadruplicar o quintuplicar su velocidad.
Comenzó a realizar su trabajo, sabía cual era pero no recordaba haberlo aprendido. Un ordenador había aleccionado su cerebro durante el sueño llenándolo de recuerdos técnicos y experiencias no vividas pero que se percibían como reales, a menos que Sara intentase rememorar como las había adquirido, por que al hacerlo su mente llegaba a puntos oscuros en acantilados mentales de los que no podía pasar.
Comprobó los sistemas, revisó motores y equipos, realizó un análisis del rumbo, chequeo las cápsulas de hibernación donde el resto de los pilotos esperaban por si eran necesarios. Mientras las comprobaba recordó que Paul estaba en una de ellas, ni siquiera sabía en cual de las cinco que estaban cerradas. Tras indagar en el registro supo que solo se había despertado ella. El resto de los pilotos seguían siendo apenas unos quinceañeros en el interior de sus nidos metálicos y ella andaba ya camino de la cuarentena. Paul, su Paul continuaba siendo el mismo y ella podría ser su madre, aunque en su cabeza no se notaba distinta de cuándo subió a la nave para comenzar el viaje.
Pensando en todas estas cosas se preguntó con tristeza si el amor seguiría siendo posible entre ellos cuando llegasen al final del viaje.
Tomo unas píldoras nutricionales y subió a la ventana de observación, desde la que pudo ver la enormidad de la nave. Se sintió única y desamparada a la vez.
Después volvió a desnudarse, se lavó  con un gel detergente de secado rápido y volvió a pulsar el botón  “humano a bordo”. Las luces se apagaron y la música cesó.
Se introdujo en la cápsula de hibernación y allí tendida intentó traer a su memoria uno de sus recuerdos verdaderos, de cuando era una niña que  soñaba con ser piloto y recorrer el espacio en una de esas preciosas naves que veía en televisión.
De repente se vio a si misma saltando por la calle, dando saltitos como cuando era aún más niña y eso la hacía feliz, por que lo hacía pensando a la vez en cosas que le gustan, por que Paul va de su mano, por que al detenerse el la besa en la mejilla y le dice desbordado de ilusión– cuando seamos mayores seremos pilotos y exploraremos el espacio juntos.
Sara pulsó el botón y la tapa de la cápsula comenzó a cerrarse y mientras se anclaba y comenzaba a presurizarse y cuando ya el sueño comenzaba a vencerla recordó con tristeza que ni siquiera sabia en cual de las cápsulas dormía Paul.
Después volvió al sueño.
Volvió a la nada.


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