Despertar en el infinito.
( Agustín
García-Bravo)
Cuando Sara despertó parecía que
apenas había transcurrido un instante desde que cerró los ojos tras
acomodarse en la cápsula de hibernación,
y sin embargo sabía que no era así.
Oprimió un pulsador y la cápsula se
despresurizó poco a poco y finalmente la tapa se abrió. Sara salió al tenebroso
interior de la nave, todo estaba en un inquietante silencio. Estaba desnuda
pero no se sintió incómoda por ello, sabia que estaba sola. Cada nave tenia
seis pilotos, pero nunca despertaban a la vez, sino de uno en uno.
Oprimió un botón en un panel de mando con el
rótulo “humano a bordo” y el interior de la nave se iluminó y comenzó a sonar
una melodía suave, en una especie de hilo musical.
Sara se vistió en el camarote, mientras lo
hacía se observó en el espejo, sus pechos habían crecido, sus caderas también y
su sexo tenía un vello oscuro que cuando embarcó con 15 años no estaba allí. Se
había convertido en una mujer a la que no reconocía.
Habían transcurrido 50 años desde que comenzó
el viaje y ahora había despertado con el aspecto físico de una mujer de 35. La
hibernación ralentiza el envejecimiento, pero el proceso de despertar duraba
unos meses en que ocurría lo contrario, se aceleraba, hasta cuadruplicar o quintuplicar
su velocidad.
Comenzó a realizar su trabajo, sabía cual era
pero no recordaba haberlo aprendido. Un ordenador había aleccionado su cerebro
durante el sueño llenándolo de recuerdos técnicos y experiencias no vividas
pero que se percibían como reales, a menos que Sara intentase rememorar como
las había adquirido, por que al hacerlo su mente llegaba a puntos oscuros en
acantilados mentales de los que no podía pasar.
Comprobó los sistemas, revisó motores y
equipos, realizó un análisis del rumbo, chequeo las cápsulas de hibernación
donde el resto de los pilotos esperaban por si eran necesarios. Mientras las
comprobaba recordó que Paul estaba en una de ellas, ni siquiera sabía en cual
de las cinco que estaban cerradas. Tras indagar en el registro supo que solo se
había despertado ella. El resto de los pilotos seguían siendo apenas unos
quinceañeros en el interior de sus nidos metálicos y ella andaba ya camino de
la cuarentena. Paul, su Paul continuaba siendo el mismo y ella podría ser su
madre, aunque en su cabeza no se notaba distinta de cuándo subió a la nave para
comenzar el viaje.
Pensando en todas estas cosas se preguntó con
tristeza si el amor seguiría siendo posible entre ellos cuando llegasen al
final del viaje.
Tomo unas píldoras nutricionales y subió a la
ventana de observación, desde la que pudo ver la enormidad de la nave. Se
sintió única y desamparada a la vez.
Después volvió a desnudarse, se lavó con un gel detergente de secado rápido y
volvió a pulsar el botón “humano a
bordo”. Las luces se apagaron y la música cesó.
Se introdujo en la cápsula de hibernación y
allí tendida intentó traer a su memoria uno de sus recuerdos verdaderos, de
cuando era una niña que soñaba con ser
piloto y recorrer el espacio en una de esas preciosas naves que veía en
televisión.
De repente se vio a si misma saltando por la
calle, dando saltitos como cuando era aún más niña y eso la hacía feliz, por
que lo hacía pensando a la vez en cosas que le gustan, por que Paul va de su
mano, por que al detenerse el la besa en la mejilla y le dice desbordado de
ilusión– cuando seamos mayores seremos pilotos y exploraremos el espacio
juntos.
Sara pulsó el botón y la tapa de la cápsula
comenzó a cerrarse y mientras se anclaba y comenzaba a presurizarse y cuando ya
el sueño comenzaba a vencerla recordó con tristeza que ni siquiera sabia en
cual de las cápsulas dormía Paul.
Después volvió al sueño.
Volvió a la nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario